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Foto del escritorLucas Monsalve

La Licencia Social de las renovables: del NIMBY al NIMTO

No paro de repetirlo: “la lucha contra el cambio climático y la transición energética es un problema global con solución local”. Frente a la percepción general de que vivimos en una sociedad globalizada que nos “gobierna desde fuera”, y donde las prioridades e intereses mundiales se convierten en ideas abstractas difíciles de afrontar y aplicar, cada vez cobra mayor fuerza el valor de lo local, en la medida que genera identidad.


El sociólogo Manuel Castells explicó hace ya varios años en su libro “La era de la Información” el enorme poder que había cobrado la “identidad” en las comunidades locales, frente a lo global. Actores políticos y grupos de interés (con intereses loables, o no) se aprovechan de la dupla identitario/local para ganar adeptos, espacios de poder e influencia.


Esa “identidad local”, dice el sociólogo, se caracteriza, entre otras cosas, por conceder especial interés a las reivindicaciones ecologistas. Por naturaleza los movimientos ecologistas tienen la paradoja de ser globalistas a la vez que localistas, es decir, defienden la necesidad de cuidar el planeta pero, por encima de todo, el espacio donde ellos habitan.


Es así como surge la famosa frase “renovables sí, pero no así”, que muchas veces es más exacta expresarla en términos de “renovables sí, pero no aquí”.

En el tiempo que llevamos conversando con líderes comunitarios que se oponen a la implantación de renovables en sus territorios, no he conocido uno solo que se oponga en general a las renovables, su oposición es hacia proyectos concretos por su ubicación, tamaño o características en su desarrollo.


A escala global, esta oposición a proyectos concretos se conoce como NIMBY (Not In My Back Yard) “No en mi patio”, y no es una frase propia de la oposición a las renovables, todo lo contrario, surgió en Estados Unidos en 1980, a partir de la oposición a la construcción de un vertedero de residuos nucleares.


Desde entonces, el término es usado cuando un grupo social muestra su enfrentamiento a proyectos que tacha de negativos en su entorno: vertederos, incineradoras, antenas repetidoras, cementeras, autovías, líneas de alta tensión, etc. y, desde hace unos años, un gran número de proyectos con renovables, que paradójicamente, y a diferencia del resto, son parte de la revolución tecnológica enfocada hacia la sostenibilidad del planeta.


No obstante, el crecimiento en los últimos años de los movimientos NIMBY anti proyectos de renovables en España y el mundo, es exponencial. Actualmente, una de las formas más evidentes en que un desarrollador puede hundir su proyecto antes de llegar a construirlo, es no teniendo en cuenta la Licencia Social, es decir, desarrollarlo sin aviso o consulta con la comunidad local.



Sin embargo, la experiencia en los territorios también nos está demostrando que las plataformas NIMBY anti renovables, no son particularmente difíciles de conciliar, siempre que se atajen a tiempo y haya voluntad de los desarrolladores de acercamiento y diálogo con la comunidad y sus líderes.


La primera acción ante un movimiento NIMBY es un trabajo de empatía y escucha, a ser preferible desde la neutralidad, para después alejar la idea de la imposición y resaltar los principales beneficios de su proyecto a la comunidad y al planeta, en ese orden. También es importante contrarrestar la desinformación, los intereses particulares y fake news energéticos. Ojalá con originalidad.


La desarrolladora danesa de energía renovable Andel, sorteó unos días de descanso en una cabaña muy cerca de un parque eólico para todas aquellas personas que quisieron apuntarse a vivir la experiencia. Los videos de los grupos contando sus impresiones al lado de los aerogeneradores, son usados para generar confianza y ahuyentar los bulos en cuanto a esta tecnología.


El paso siguiente es aún más complejo. Pasar de la aceptación (o la no oposición) al apoyo. Para que un proyecto logre el apoyo de la comunidad local debe haber identificación. No basta ser “un buen vecino”.


La identificación se logra cuando una empresa desarrolladora consigue entender las preocupaciones de una comunidad y participa en las soluciones. Reconocer el impacto de los proyectos en las comunidades es fundamental para lograr su apoyo: el contacto directo con el territorio, la importancia que le puedan dan a su entorno natural o histórico, la preocupación por el aumento del costo de la electricidad, etc. Un proyecto que logre la identificación con la comunidad tiene gran parte del camino ganado hacia su Licencia Social.


Aunque España está más familiarizada con la frase “Renovables sí, pero no así” estos acrónimos están haciendo caer tantos proyectos como los precios del mercado o la tramitación administrativa.

El otro acrónico que ha explosionado en el mundo de las renovables es el NIMTO (not in my terms of office) “No en mi mandato”, y se exterioriza cuando una autoridad (usualmente local) se niega a dar alguna de las autorizaciones administrativas alegando que el proyecto no cuenta con la aceptación de los vecinos. Suele ser una reacción administrativa al NIMBY.

Varios de los alcaldes con los que nos hemos reunido en estos años nos comentan a modo personal que ellos “no tienen oposición a los proyectos” que solo quieren  representar la voluntad de sus votantes. Otro tanto se vincula a lo que se conoce como “ecologismo político”, que busca el levantamiento de un electorado propio reivindicando banderas ecologistas, nuevamente, muy vinculadas con lo local.


Las actitudes MINTO, son tanto más peligrosas que las NIMBY, en cuanto a que suelen aparecer cuando la oposición a un proyecto está muy escalada, y en algunos casos, la actitud pasiva de la clase política desecha la búsqueda de soluciones por evitar la confrontación o la posible pérdida de votos.


Como decía un anuncio a favor de las renovables “Es difícil tener un futuro verde si ninguno queremos dejarle espacio para su desarrollo”. Sin embargo, las empresas de renovables tienen que darse cada vez más cuenta del poder transformador que tiene la empatía y la comunicación transparente con las comunidades, a la vez que pueden ahorrarse tiempo y dinero en su desarrollo o en posibles litigios; al tiempo que aumentan el impacto positivo de sus proyectos, en pro de una transición energética justa.

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