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Tecnología y las comunidades tecnológicas

  • Foto del escritor: Sergio Villareal
    Sergio Villareal
  • hace 20 horas
  • 2 Min. de lectura

Mucho se ha hablado de la tecnología y sus efectos en la civilización moderna, generalmente desde una perspectiva negativa: cómo el mundo de las citas se trasladó a Tinder y dejó las cafeterías vacías, o cómo ahora preferimos pedir por Rappi en lugar de salir a un restaurante. Sin embargo, quiero proponer una alternativa a esta narrativa sobre la relación entre tecnología y sociedad.


En primer lugar, es importante recordar que vivir en sociedad es una necesidad evolutiva. El sociólogo Émile Durkheim, por ejemplo, dedicó gran parte de su obra a explicar cómo los lazos de solidaridad entre los individuos dan origen y continuidad a las sociedades. Si entendemos esto como un fenómeno natural, y asumimos el deseo inalienable del ser humano por relacionarse con otros, podemos afirmar que no está en el poder de la tecnología impedir la formación de comunidades. Por el contrario, sostengo que la tecnología facilita la creación de nuevos tipos de comunidades, diferentes a las que conocíamos.


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Ejemplos de ello son los fandoms: comunidades, muchas veces intercontinentales, que se unen por un gusto compartido hacia una serie, un cantante, un artista o incluso actividades como el cosplay, la escritura o la lectura. Es innegable que, desde cualquier perspectiva sociológica, estos fandoms son verdaderas comunidades, con normas, conductas y valores propios. (No hay Swiftie en ninguna parte del mundo que vaya a escuchar canciones de Kanye West, por ejemplo).


Este fenómeno no solo sobrevive gracias a la tecnología: existe por ella. Escuchar K-Pop en Bogotá sin haber estado nunca en Corea permite conectar con personas y culturas diversas, del mismo modo que alguien puede sentirse parte de la comunidad madridista sin haber visitado España, o amar el vallenato sin haber ido a la costa.


En el ámbito político, podría decirse que las victorias de causas como la legalización del aborto son, en buena medida, el resultado de comunidades digitales organizadas, lo que podríamos llamar metafóricamente fandoms de la incidencia pública. No uso el término de forma despectiva ni para minimizar al feminismo, sino para destacar la capacidad de estas comunidades tecnológicas internacionales de lograr triunfos legislativos en más de 60 países, compartiendo filosofía, materiales y estrategias de acción colectiva.


Vivimos rodeados de estas comunidades tecnológicas que cada vez ganan más fuerza. En un mundo globalizado, donde las fronteras son mucho menos restrictivas que hace 20 o 30 años, esto representa una oportunidad más que un riesgo. El Estado, en lugar de mantener una actitud pasiva frente a la tecnología, debería asumir un papel proactivo y adaptarse a esta nueva realidad. Solo así no se diluirá la idea de comunidad, sino que por el contrario en el siglo XXI se hará más fuerte que nunca.

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